“Cuán
bienaventurado es el que tu escoges y acercas a ti, para que more en tus
atrios. Seremos saciado con el bien de tu casa, tu santo templo. Con grandes
prodigios nos respondes en justicia, oh Dios de nuestra salvación”
(65.4-5/Salmo)
Felices,
afortunados son los que tu escoges para estar cerca de ti, son los que han sido
llamado por Dios. En el Antiguo Testamento algunos hombres fueron elegidos para
una misión de parte del reino de Dios. En el Nuevo Testamento todos hemos sido
llamado a ser parte del reino, todos tenemos el privilegio de aceptar algo más
que la salvación. Joel y Apocalipsis (2.28; 12.11) nos hablan de una generación
llena del Espíritu Santo, una generación en movimiento.
Dios
está llamando una generación, no unos pocos, como los Avivamiento pasados que
algunos estaban preparados para las visitaciones de Dios. ¿Pero para qué? ¿Qué es
lo primero del llamado? Debemos conocer el propósito en Su presencia. Jesús
dijo: “Muchos son los llamados, pocos los escogidos” (22.14/Mateo). ¡Escuche! ¡Muchos
no han honrado el ser escogidos! Todos han sido llamados a su presencia, muchos
han degustado de su presencia, pero pocos han permanecidos en Él. Aún no hemos
aprendido a estar en su presencia. A veces nos comportamos según la casa o el
invitado, eso es apariencia. Muchos no pueden morar en su presencia porque
tienen su propia vida o manera de ser cristianos. No han muerto, no se han
rendido.
Si
Él nos invita ¿qué sucederá? En su presencia seremos salvados, liberados y
restituidos para permanecer en su casa. El diablo no sabe lo que pasa en la
presencia de Dios ¿A no que usted lo invite? Porque desde el día que cayó del cielo,
comenzó a perder el conocimiento, la sabiduría y la unción de saber los
secretos del corazón de Dios por la soberbia, el orgullo y la ambición
corrupta. Él se acuerda de donde cayó (al principio) y sabe algo del futuro,
pero de lo que está seguro y tiembla, es que fue derrotado y le espera el
castigo eterno. Por eso trata de quitarte el tiempo, distraerte, porque cada
vez que sales del lugar santísimo, usted crece, madura y se parece más a Jesús.
Ahí usted comienza a saber las artimañas y fortalezas del enemigo.
Un
día muchos llegaran a decirle; ¡Señor en tu nombre!... Pero el responderá:
¡Jamás! ¡Nunca! Los conocí. No es que un día te conocí, sino que nunca. Usaron
mi nombre para sus deseos egoístas, pero nunca me conocieron, no estuvieron en mi
presencia. La palabra ‘conocí’ en el griego es ‘ginosko’ y tiene la idea de una
relación sexual en el matrimonio. ¡Intimidad! Puede faltar todo, pero si mi
relación está pegada con lo que amo, nada me sacara del propósito de Dios.
El
salmista dijo: “Prefiero estar un día en tu presencia, que mil afuera…”
(84.10/Salmo). El privilegio de estar en su presencia no solo nos da la
seguridad de ser sus hijos, también somos saciados para el propósito al que
fuimos llamados, Pero algo más poderoso sucede, comenzamos a conocer el tiempo
real de cómo el Espíritu Santo se mueve. Lo que en un año le costó a uno, a
otro le costará una semana o un día en el Señor.