Necesitamos recordar los tres principios básicos de la prosperidad del
Reino para estas nuevas generaciones, hay que prepararlos para recibir el
cumplimiento de las promesas. Necesitamos recordarlos para crecer en el camino
de la prosperidad, y no hablo sólo de lo económico, sino de vivir en plenitud
como hijos del Dios. Aunque son básicos, son el cimiento para lo que Dios nos
ha prometido. Para algunos son tan básicos, que en el camino muchas veces se
les olvida aplicarlos.
Por naturaleza el hombre se ha acostumbrado a aprender a golpes. Otros
por medio de una enfermedad, y otros por una necesidad específica. Nos
engañamos creyendo que cumplimos más, por señales angelicales, que por fe. Por
ejemplo, nos auto-convencemos que es mejor que Dios nos dijera: ¡Si no obedeces
y eres fiel con el trabajo que te dí, afuera te espera un ángel con una espada
desvainada para recordarte tu fidelidad! Para muchos el susto los hace obedecer,
quizás alguien se volvió a Dios de esta manera, pero no es el propósito. Él
espera que caminemos y cumplamos los principios del Reino por amor. Al
principio no es fácil, pero es el camino que Dios ha trazado. Es un tiempo de
espera, de cambios y de madurar en convicciones. Es el mismo camino que vivió
Abraham en su llamado.
Lo primero que hizo Dios con Abram fue cambiarle el nombre a ‘Abraham’,
para que comprendiera la magnitud de su llamado y misión. Abraham fue llamado y
después de varios años recibió la promesa (hijo-multitudes). Es lo mismo que
vivió el apóstol Pablo en sus primeros 14 años, el llamado y después la
comisión. En esos años de llamado, el Espíritu Santo lo preparó, recibiendo
revelaciones y mudando su corazón. Este es un principio irrevocable que Dios
tiene para aquellos que serán llamados a marcar multitudes. Abraham, antes de
recibir la promesa (hijo), camino 25 años hacia la tierra prometida y lo hizo
por el camino de los principios básicos del Reino. Se equivocó y pecó muchas
veces, fue cobarde y mentiroso, muchas veces caminó con ‘verdades a media’
(12.10-20/Génesis; 20.1-18/Génesis).
Para Dios era importante que Abraham aprendiera en este tiempo lo que
era fe verdadera, usó varios años para sacar todo lo distorsionado que había en
el corazón de Abraham con respecto a la promesa, era tiempo de transformar el
corazón de Ur a un corazón de Reino. En este tiempo, Abraham debía aprender a
tener convicciones de su nuevo Dios, y esas convicciones madurarían por medio
de la obediencia. En todo este tiempo nunca dejó de prosperarlo, además de
darle conquistas contra otros reyes, en sus equivocaciones Dios lo estaba
preparando en su llamado. Abraham había escuchado audiblemente la voz de Dios,
varias veces lo visitó para darle esperanza a su futuro, aun así, tomó malas
decisiones ¡Pecó en hacerlo a su manera! (16.1-4/Génesis). En el llamado Dios
nos procesa para saber a quién serviremos y para quién viviremos (12.1-2/ Rom.).
Cuando tenemos voz de Dios y estamos siendo prosperados, es el mejor
momento para que salga de nosotros toda nuestra humanidad, el ego, el orgullo,
la vanidad, nuestros juicios, la impaciencia y la falsa humildad y sabiduría.
Sale toda nuestra “espiritualidad torpe” de servir a Dios sin importar si
dañamos a otros, es el oro en bruto pasando por el fuego. Así comienza el
llamado, es el periodo de tiempo donde muchas veces se nos olvidan los
principios del Reino. Se nos olvida de dónde salimos y quiénes éramos. Aun así,
Dios permite que crezcamos, avancemos y conquistemos poco a poco.
Fin del llamado
Tus dones, talentos, economía y familia, para quién serán. Es la gran
pregunta. Después de 25 años Abraham recibió su gran promesa (hijo), es lo que
esperaba con ansias, es lo que todos deseamos y Dios también lo desea. Pero
llegó el día del examen. Hay que responder a los años de procesos y dar paso en
el fruto de madurez, corresponde responder a los principios básicos del Reino,
aprendidos en años de crecimiento. “Y
dijo Dios: toma ahora a tu hijo, tu único, a quien amas, a Isaac, y ve a la
tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo
te diré” (22.2/Génesis).
Todo lo que tenemos ¡Es de Dios!
Todo lo que tenemos ¡Dios lo cuida!
Todo lo que tenemos ¡Es para bendecir!
Se había terminado el proceso del llamado y comenzaba la gran comisión
de Abraham, llevar su promesa al destino que Dios le había dado: ¡Padre de
multitudes! Abraham eligió bien y respondió: “...Dios proveerá para sí el cordero para el holocausto, hijo mío” (22.8/Génesis).
Dónde aprendió Abraham esta respuesta ¡En el tiempo del llamado! Todo era de
Dios y él lo usaría para sus propósitos eternos
Todo lo que tenemos ¡Es de Dios! ¡Lo cuida y es para bendecir a otros!
Gracias a la fe de su llamado somos bendecidos nosotros. El éxito de su prosperidad
será equivalente a cómo usted camine en el tiempo de su llamado y la plenitud
de la prosperidad se revelará en cómo usted responda en el día de la gran
pregunta. ¡Todo lo que tenemos...!